Una ciudad gobernada por el caos, la única línea de defensa era la policía.
En la capital había asociaciones de todo tipo: ladrones, mafiosos e incluso asesinos; estos últimos eran los más peligrosos, lo mismo robaban que mataban. Nadie escapaba a ellos, a pesar de ser los más escasos; pero aún estos temibles maleantes debían respetar a un hombre que se llamaba Roger Ckoock. Pocas personas lo habían visto, y aquellas que tuvieron tal privilegio fueron asesinadas sin dejar pruebas.
Lo que más le gustaba a Ckoock era carbonizar a sus víctimas, para ver el pánico en sus ojos y no dejar pruebas. Sólo dejaba restos de cigarros y un mechero negro.
Todos le temían y no había semana que no saliese su nombre en las noticias o el periódico. Traía de cabeza a muchos agentes de policía que no conseguían dar con él. Un día, un policía perteneciente al Centro de Operaciones, el Extremeoffenders, que era el grupo de agentes más importante de toda la ciudad, que llevaba doce años con el caso de Ckoock, recibió una llamada de emergencia. Él y su compañero debían ir a un descampado en el cual se habían oído disparos. Decían que allí se encontraba uno de los asesinos más buscados. Era la oportunidad perfecta de dar con Ckoock. Si lo arrestaban, tenían posibilidades de que les dijese dónde se encontraba.
Cuando los dos defensores de la ley llegaron, contemplaron la escena. Allí, en el inhóspito lugar se estaba produciendo un tiroteo entre una banda de ladrones y los asesinos. Sabían quiénes eran los asesinos puesto que portaban máscaras rojas mientras que los ladrones llevaban pasamontañas. Los policías se mantuvieron a cubierto, esperando a los refuerzos; aunque cuando finalizó el tiroteo, los asesinos se marcharon, mientras el cabecilla se acercaba a los cadáveres. Entonces se quitó la máscara. Los policías no daban crédito a lo que veían: era un alto ejecutivo conocido por todos. Uno de los policías se puso en pie y dijo:
- ¡Señor Steve, tire el arma! ¡Queda arrestado por asesinato!
El criminal, al darse cuenta de que lo habían visto y reconocido, comenzó a disparar contra nuestros defensores. El joven fue herido en el hombro. Inmediatamente el compañero fue a socorrerlo y mientras pedía una ambulancia fue alcanzado mortalmente.
El policía se despertó en el hospital. Le comunicaron que había estado inconsciente tres días y que su compañero había muerto en el tiroteo.
Los agentes le pedían que testificara si recordaba algo y él no lo dudó. Quería vengar a su compañero y contó todo lo que recordaba.
Al cabo de dos días se celebró el juicio en el cual nuestro joven debía testificar, y allí delante de todos, miró fijamente al asesino y dijo:
- Yo, Ray Stoock, juro decir ante este tribunal la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Y declaro que vi a ese hombre matar con una pistola a dos personas y disparar a mi compañero.
Tras muchas declaraciones, el juez dijo que la sentencia se haría pública lo antes posible.
Ray se levantó y cuando se dirigía a la puerta se cruzó con el asesino. Este le murmuró:
- Cuando salga, te aseguro que te destruiré.
Ray se quedó mirándolo mientras desaparecía tras la puerta del tribunal.
Al día siguiente, estaba Ray viendo las noticias con su novia cuando escuchó una que hizo que se estremeciera. Habían soltado a Steve. Decían que había falta de pruebas, ya que el testimonio de Ray era dudoso tras pasar varios días inconsciente. No obstante Steve fue despedido de su trabajo.
Ray, al escuchar esto, se levantó del sofá y se fue. Tenía un caos de sentimientos. Sentía rabia, miedo, decepción…
Cuando volvía a casa escuchó unas sirenas; un hecho nada especial, puesto que en aquella ciudad era normal escucharlas a diario. Sin embargo, al volver la esquina y ver que aquellas sirenas se dirigían a su casa, un escalofrío le recorrió la espalda. Entonces lo vio. Steve estaba en la acera de enfrente. Se dirigió hacia él y Steve dijo:
- ¿Qué pasa, Ray?
- Steve, no eres muy listo. Si llamase ahora a la policía…
- No seas ingenuo, Ray. Me soltarían por falta de pruebas. Únicamente estoy dando un paseo. Además Ckoock me proporciona protección. Es a él a quien deberías temer. Pronto le informaré de ti y acabarás quemado por uno de sus mecheros negros mientras se fuma un cigarro.
- Acabarás pudriéndote en una celda, o mejor, muerto.
- A veces, Ray, las cosas no salen como a uno le gustaría.
Y con una sonrisa en la cara se fue.
Ray corrió hacia la casa. Los agentes le informaron de que la joven, su novia, había muerto. Entonces, lleno de una ira incontrolable, Ray se fue para matar a Steve.
Fue a la oficina de policía, donde estaban todos los datos de las personas de la ciudad. Esta base de datos estaba protegida por una fuerte red de seguridad, puesto que si algún delincuente conseguía entrar en su sistema; obtendría información de toda la ciudad, y nadie estaría a salvo.
Ray tenía la “llave maestra”, por lo que podía obtener la información que buscaba de Steve sin ningún problema: que lugares suele frecuentar, dónde vive… Pero debía buscar todo eso sin llamar la atención, ya que si sus compañeros lo descubrían podrían sospechar de sus intenciones, y abrirle un expediente, pero al introducir las claves y el nombre de Steve en el ordenador, no pudo evitar mostrar en la cara su enfado y decepción. ¡No había datos de Steve! ni domicilio, ni lugar de trabajo, ni si quiera ficha de nacimiento; simplemente no había nada.
Consultó diversas bases de datos, en diversos lugares, buscó en ciudades vecinas. No daba crédito a lo que veía, ese hombre era como un fantasma.
Harto de buscar sin encontrar nada, decidió ir a buscarlo a las calles, preguntando a todos los ladrones y mafiosos, pero seguía sin encontrar rastro de Steve.
Finalmente fue a buscar la información a los asesinos, ellos debían saber donde se encontraba.
Llegó a la casa donde se reunía el grupo de asesinos que Steve dirigía, entonces con la rabia dibujada en su rostro, entró por la puerta principal dispuesto a obtener la información que estaba buscando.
Cuando Ray entró solo se oyeron disparos, luego todo quedó en silencio y Ray salió de la vivienda con una expresión indescriptible en la cara, ya sabía dónde encontrar a Steve. Hacia allí se dirigía con la firme intención de matarlo.
Lo halló en un aparcamiento de camiones. Allí cruzaron sus miradas y sacaron las armas. Entonces Steve dijo:
- Por fin te encuentro, Ray. Acabaré contigo aquí y ahora.
Se escuchó el batir de alas de un pájaro y se inició el tiroteo. El bidón de un camión fue agujereado y la gasolina comenzó a correr por el suelo. Finalmente, Steve fue alcanzado. Ray se acercó a él, y mientras agonizaba en el suelo, lleno de gasolina, dijo Steve:
- Vaya, vaya, así que al final te convertirás en aquello que tanto odias y has perseguido tan fanáticamente, y con el primer asesinato te convertirás en uno de nosotros; vivirás como un convicto el resto de tu miserable vida y al final te mataran o acabarás en la cárcel. Me alegra ser el causante de tu completa destrucción. Lo que no conseguí en vida lo conseguiré en la muerte – Entonces sonrió y añadió: – Espero que alguien ponga el mismo interés en matarte a ti.
- Mira bien mi rostro, Steve. Di mi nombre.
- Nunca lo olvidaré. Es Ray Stoock.
- Sí, ése es mi nombre de calle. Mi auténtico nombre es Roger Ckoock. Esto sólo ha sido una leve pausa en mi vida. Volveré a mi casa y todo seguirá igual… bueno, con novia nueva. Me desafiaste y por eso ahora estás muerto. ¿Qué pasa, Steve? A veces las cosas no salen como a uno le gustaría ¿No?
Entonces, la cara del hombre herido se quedó pálida, mirándolo con ojos de espanto mientras este se alejaba encendiendo un cigarro y tirando el mechero negro al suelo lleno de gasolina.